María se quería comunicar con la muerte, desde que era una
niña tenía curiosidad por saber que se sentía morir, a dónde llevaba a las
personas después de muertas o si es que se llevaba sólo sus almas. Le agradaba
la idea de charlar con ella.
Así pasaron los años y María ya era toda una señora, con un
agradable, fiel, aunque un poco seco esposo; y con tres maravillosos hijos. Sin
embargo María aún quería hablar con Muerte.
Una noche de abril, María soñaba con un prado lleno de
flores de todos los colores y de todas las especies, se dispuso a caminar por
ese prado, que tanto le había gustado a primera vista; quería explorarlo;
caminó un largo tramo y comenzó a escuchar música de Bach o era Beethoven; no
lo sabía, pero quería seguir caminando mientras disfrutaba el prado. De pronto
de la nada ve una figura de una mujer o era un hombre, no distingue muy bien;
se acerca para confirmar una u otra teoría.
-Hola María, tenía muchas ganas de conocerte- dice la
extraña figura.
-Ah ¿sí?- pregunta un poco extrañada María, intentando
descifrar quién era esa figura.
-¿No me reconoces?
María se queda mirando detenidamente a la figura parada
frente a ella, pero no la reconocía.
-No la verdad no, discúlpame pero no sé quién eres.
Al decir estas últimas palabras, la extraña figura comienza
a reír.
-He estado en todos los momentos de tu vida, cuando clamabas
mi nombre al saber que alguien ha muerto, cuando me pedías que hablara contigo
unos instantes, cada vez que me maldecías ahí estaba yo- le dijo la figura con
una sonrisa en la cara.
Por fin lo comprendía era la muerte, después de años
clamando por su aparición, estaba ahí con ella, en el lugar más hermoso que
podría jamás existir. No sabía que decir, había imaginado el día que por fin
pudiera conocer a la muerte, pero ahora que estaba parada frente a ella, las
palabras no salían de su boca, quería decirle tanto que no sabía por dónde
empezar. Mientras todo esto pasaba, la muerte solo la veía con una sonrisa en
la cara y a veces soltaba una carcajada.
-Sé que es difícil creerlo, pero aquí estoy, en persona,
bueno en materia.
María no lo creía, quería despertar pero no podía; las
arrugas de su rostro mostraban la alegría de una niña de 5 años cuando recibe
el juguete que tanto había deseado; por fin sonrío y se atrevió a hablar.
-¿Por qué hasta ahora viniste a hablar conmigo?
-Pues, porque no puedo concebir que en tus pensamientos más
fuertes desees que me lleve a tu esposo.
- Ah! Es eso. No me gusta verlo como está, siento que cada
día que pasa su vida se va apagando más y más- dice María con lágrimas en los
ojos.
-María no te das cuenta que la vida de todos se va apagando,
en cualquier momento puedo venir por cualquier persona, tanto bebés como
ancianos; yo no distingo entre género, edades, color, religión. Eso a mí no me
importa, algún día, todos nos tenemos que ir…
-Lo sé- la interrumpió María. Es solo que me duele mucho, no
quiero que sufra. Seguía llorando María.
-Ay María, María. Lo que debes hacer es estar con él, darle
mucho amor, quererlo cada día más que el anterior, demuéstrale que aún es
importante en tu vida y no nada más en la tuya, en la de tus hijos y nietos. No
llores aún, está contigo en estos momentos y eso es lo importante.
Pasaron varios minutos, María no paraba de llorar, parecía
que no lloraba desde pequeña. La muerte la abrazó y comenzó a cantar como si
fuera un ángel.
María abrió un poco los ojos y vio como le salían enormes
alas por la espalda y comenzaban a ascender poco a poco, volaron por los
enormes prados, hasta llegar al árbol más hermoso que había visto en su vida, descendieron
y se sentaron en el piso cubierto de bellas flores.
-¿Ya estás mejor?- le preguntó la muerte.
-Sí un poco, gracias por escucharme-le sonrió aún con
melancolía en su rostro.
-Ahora sí, puedes preguntarme lo que quieras. Eso sí solo
tienes derecho a dos preguntas no más.
-Está bien. ¿Qué se siente morir?- fue la primera pregunta.
-Dímelo tú. María la miro un poco extrañada.
-¿Perdón?
-¿No sabes dónde estamos?
Miró largo rato, pero la realidad era que no sabía dónde
estaban. Y negó con la cabeza, mientras la muerte soltaba otra carcajada.
-Estamos en el Cielo. Dicho esto María se estremeció y puso
cara de estupefacción.
-Pero. ¿Cómo es eso posible?- preguntó María.
-Querías hablar conmigo y está es la única manera de poder hablarme-
sonrió la muerte. Nunca había conocido a una persona que tuviera tantos deseos
de verme como tú, tú perseverancia me conmovió, por eso te traje aquí.
-Pero no siquiera me despedí de mis hijos, mi esposo. Oh mi
pobre esposo, ¿qué será de él sin mi?
-Querías hablar conmigo, pues aquí estoy. Ahora si
contéstate tu pregunta ¿qué se siente morir?
María se quedo pensando, analizando la situación, quería
despertar y sabía que la única forma de hacerlo era terminando esa estúpida
conversación.
-La verdad, nada, sentí un alivio al pisar este campo de
flores y paz en mi corazón.
La muerte sonrió.
-Ahora dime tienes miedo de que tu esposo muera, ya que tu
sabes cómo es esto. María reflexionó un poco y negó con la cabeza. No podía
creer que sintiera alivio al saber que no pasaría nada malo al morir, al contrario, sabía que la muerte era
tu amiga en ese trayecto y te protegería.
-No, ya no. ¿Puedo hacer mi última pregunta?
-Por supuesto, soy toda oídos.
María quería preguntarle qué pasaba con las almas que no llegaban
al cielo, pero en vez de eso.
-¿Podrías enseñarme el infierno?- la muerte la vio entre
extrañada y complaciente.
-Si eso es lo que quieres con mucho gusto, pero será una
visita rápida, entre más tiempo pases ahí, tu alma se irá consumiendo poco a poco
y no podrás regresar a tu cuerpo.- Le advirtió la muerte y María asintió con la
cabeza.
Estaba muy extasiada por conocer el infierno, se había hecho
imágenes de ese lugar escabroso, pensaba que era muy caliente, que se quemaría
al poner un dedo en ese lugar; sin embargo no resistía la tentación.
-Aquí estamos- manifestó la muerte.
María se quedó con la boca abierta al ver ese lugar. No era
para nada lo que se había imaginado, parecía un desierto, no había ni un árbol
como los del cielo, ni siquiera una pequeña flor. Vio las almas de las personas
como caminaban de un lado a otro sin saber en donde estaban. Parecían perdidas,
desorbitadas como si buscaran un lugar donde descansar pero sin resultado
alguno. Uno que otro estaba desesperado, querían gritar pero no podían,
intentaban llorar, sin éxito alguno.
Los suicidas querían suicidarse otra vez; los asesinos matar
a quien se les cruzara en su camino; los violadores querían satisfacer su
libido pero estaban castrados; los secuestradores estaban condenados a vivir en
un cuarto sin salida con los ojos vendados; había políticos que se quemaban en
su propio dinero y poder, escuchando las voces de quienes creyeron en ellos y
los traicionaron, desgarrándoles los oídos. Todas estas almas querían volver a
morir. Sin embargo muy oculta estaba un alma de un niño, temeroso. María le
preguntó a la muerte quién era ese niño.
-Ese que tú ves ahí, es el niño que todos van matando
conforme crecen; y es la representación de los males que empezamos a cometer
desde temprana edad. Desde el robo de dulces inocentemente de una tienda, hasta
traicionar a un amigo desde muy temprana edad. Bueno es hora de irnos.
Dicho esto la muerte la abrazó y abrió sus alas para
regresar al cielo.
-Bueno esta es la despedida, nos volveremos a ver.- comentó
la muerte.
-Fue un placer hablar contigo, gracias. Mis miedos se han
ido, ahora sé que mi esposo estará muy feliz aquí, y le daré todo mi amor.
María despertó, su esposo ya estaba despierto.
Lo abrazó, le sonrió y le dio un beso como hace mucho no lo hacía. Ésta se dio
cuenta que estaba levantado por su propio pie; el esposo le tendió la mano a María, se levantó y juntos se dirigieron al jardín
más bello que sus ojos jamás vieron.